Imperios - Alma y Acero [Capítulo 5]

Miguel Monsivais
Por -
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 NOVA ROMA

En uno de sus recurrentes caminos hacia su trabajo, Alejandro decidió hacer una parada en una acogedora cafetería que solía pasar por alto. Al entrar, fue recibido por el cálido aroma del café recién preparado, que se mezclaba con la dulzura del cacao proveniente de los tentadores postres que adornaban el mostrador. El interior del lugar emanaba una atmósfera acogedora y reconfortante, con paredes de tonos terrosos y muebles de madera desgastada que invitaban a relajarse.

Se acercó al mostrador y pidió una taza de café, mientras observaba a su alrededor la diversidad de clientes que charlaban animadamente o se sumergían en sus libros y dispositivos. Pero lo que capturó especialmente su atención un tumulto de gente alrededor de un artefacto que emanaba una luz suave y estaba rodeado de intrincados grabados. Su diseño era fascinante y parecía fusionar elementos antiguos y modernos en perfecta armonía, ubicado en una esquina. Sin duda, era una creación impulsada por el poder del alma, una tecnología que permitía transmitir imágenes y sonidos a través de la energía esencial.

Se aproximó a la pantalla y se perdió en la imagen que se desplegaba ante él. Estaba sintonizado en las noticias del otro continente, en Nova Roma. En la pantalla, la figura de un hombre imponente llenaba la escena. Vestía atuendos ricamente adornados que reflejaban su estatus y autoridad. Un manto oscuro y ornamentado caía sobre sus hombros, acentuando su presencia dominante. Su cabello oscuro estaba meticulosamente peinado y una expresión de seguridad y determinación se reflejaba en sus ojos. Era Magno, el nuevo emperador de Nova Roma.

Magno estaba rodeado por una majestuosa arquitectura que lo enmarcaba. El vasto bastión en el que se encontraba se alzaba con una grandiosidad que recordaba a las épocas pasadas, pero imbuida de elementos de la tecnología y el diseño propios de Nova Roma. Los pilares de metal adornados con intrincados detalles sostenían balcones de hierro forjado que se extendían en varias direcciones. Las ventanas de cristal coloreado permitían que la luz del sol se filtrara de manera pintoresca, creando reflejos de colores sobre las superficies metálicas.

El diseño del bastión era una amalgama de épocas y estilos, donde la estética tradicional se fusionaba con elementos mecánicos y engranajes ornamentales. Desde los detalles intrincados hasta las torres que se alzaban hacia el cielo, todo parecía haber sido cuidadosamente concebido para transmitir poder y autoridad. Era un recordatorio visual del dominio y la influencia que Magno ejercía sobre su imperio.

Mientras Magno pronunciaba su discurso con seguridad, el escenario en el que estaba situado resaltaba su posición como líder indiscutible. Alejandro observaba atentamente, capturado por la imagen en la pantalla, pero también inquieto por la retórica que estaba escuchando. La grandiosidad del bastión y la magnificencia de Magno eran indudablemente impactantes, pero también despertaban en Alejandro una sensación de desconfianza y preocupación sobre las implicaciones de su liderazgo en el panorama de los dos imperios.

Las palabras de Magno resonaron en el aire, tejiendo una narrativa de progreso y avance, pero pronto Alejandro detectó la dualidad de su discurso. Hablaba con fervor sobre el crecimiento y la superioridad de los controlados en su imperio, destacando su capacidad para forjar un futuro brillante. Sin embargo, entre líneas, subyacía un desprecio implícito hacia los libres, considerándolos como un obstáculo para ese avance.

La mala espina que había sentido al observar el discurso de Magno no desapareció. Era evidente que había una brecha de desigualdad y discriminación en Nova Roma, alimentada por un líder que abrazaba una ideología de supremacía. Aquella visión de un imperio que menospreciaba a una parte de su población por el mero hecho de no tener el alma controlada resonó profundamente en Alejandro. Era un recordatorio vívido de las tensiones crecientes entre los dos imperios y la posibilidad de que las fricciones se intensificaran aún más.

Terminó su café mientras reflexionaba sobre lo que acababa de presenciar. Aquella experiencia en la cafetería no solo había sido una pausa en su rutina, sino un recordatorio de la complejidad y las contradicciones que impregnaban el mundo en el que vivía. Con cada paso que daba en su camino hacia el trabajo, su determinación de descubrir la verdad y encontrar formas de unir a los dos imperios se reafirmaba. Sabía que enfrentaría desafíos, pero estaba dispuesto a seguir adelante en su búsqueda de un futuro en el que la igualdad y la armonía prevalecieran sobre la división y el conflicto.

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