Imperios - Alma y Acero [Capítulo 6]

Miguel Monsivais
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Capítulo 6 – Disonancia

Mientras Alejandro observaba la pantalla con inquietud, en ese mismo momento y en una ubicación distante, se encontraba Francisco. Era su primer día como parte de la policía secreta de Nova Roma, una posición que tenía un significado mucho más profundo de lo que aparentaba. Francisco era un hombre de apariencia impecable y controlada. Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás con precisión, y sus ojos profundos reflejaban una determinación calculada.

Vestía un uniforme meticulosamente diseñado, ajustado y adornado con detalles dorados que denotaban su rango. Una capa negra caía elegantemente sobre sus hombros, agregando un toque de misterio a su figura. Su postura era erguida y segura, transmitiendo un aire de autoridad inherente a alguien que había sido entrenado para el servicio de la ley y el imperio.

Lo más distintivo de Francisco era su capacidad de controlar su alma de manera precisa. Su energía vital fluía a su alrededor como un aura tranquila y poderosa, lo que le otorgaba una presencia imponente. Aunque su expresión era en su mayoría imperturbable, sus ojos revelaban una profunda percepción de su entorno. Era un hombre de acción, capaz de manipular el alma para lograr efectos sutiles y poderosos, controlando su entorno con una precisión que solo los controlados poseían.

Mientras seguía las órdenes de sus superiores y comenzaba su primer día en la policía secreta, Francisco recibió un pequeño dispositivo, un artefacto diseñado para alterar la percepción visual y así ocultar su uniforme de la policía secreta. Con un toque del dispositivo, su apariencia cambió instantáneamente, dejándolo vestido como un ciudadano común de Nova Roma. Su capa y detalles dorados se desvanecieron en el aire, reemplazados por ropas sencillas pero elegantes que le permitían mezclarse entre la multitud.

El dispositivo tenía un propósito claro: permitirle infiltrarse en la congregación que se había reunido para escuchar el discurso de Magno. Aunque había sido entrenado para mantener su compostura y control emocional, en su interior, Francisco sentía una mezcla de emoción y anticipación. Después de años de vivir en la sombra, finalmente tenía la oportunidad de estar en medio de la sociedad, observando a su gente y sintiendo el pulso de su imperio.

A medida que se mezclaba entre la multitud, notó que había dos tipos de personas claramente distinguibles. Algunos parecían llenos de entusiasmo y orgullo, sus rostros irradiaban felicidad mientras escuchaban las palabras de Magno. Eran los seguidores leales del nuevo emperador, aquellos que creían firmemente en su visión y estaban dispuestos a apoyarlo sin cuestionar.

Sin embargo, también había otra facción en la multitud, personas cuyas miradas reflejaban inquietud y miedo. Aunque estaban allí por obligación, parecían temerosos de expresar sus verdaderos sentimientos. Sabían que cualquier muestra de descontento podría atraer la atención de los paladines, la policía encargada de mantener la disciplina y eliminar cualquier forma de resistencia.

Francisco se sumergió en la multitud, su nuevo atuendo lo había vuelto prácticamente invisible a los ojos de los demás. Observó cómo la plaza en la base del bastión estaba llena de personas, todas con sus miradas fijas en la figura imponente de Magno, que estaba de pie en lo alto del bastión, rodeado por su séquito.

El bastión en sí era una maravilla arquitectónica. Sus torres altas y ornamentadas se alzaban hacia el cielo, combinando elementos clásicos con detalles mecánicos y de metal. Las luces del alma brillaban en los adornos dorados y las estructuras elaboradas, dándole al lugar una apariencia majestuosa y tecnológicamente avanzada al mismo tiempo.

La multitud vestía una variedad de ropas, desde túnicas sencillas hasta atuendos más elaborados y adornados con joyas. Las diferencias de clase eran evidentes incluso en su vestimenta, y Francisco pudo notar la distinción entre aquellos que eran parte de la élite y aquellos que eran parte de la población común. Sin embargo, independientemente de su estatus, todos parecían unidos en su adoración por Magno y en su celebración del nuevo emperador.

Los gritos de gloria resonaban en el aire, la multitud coreaba su apoyo a Magno mientras este hablaba con confianza y fervor. Los discursos eran una mezcla de promesas de avances tecnológicos y científicos, así como declaraciones de superioridad de Nova Roma. Francisco notó cómo muchas de las personas alzaban sus manos en señal de respeto y devoción, mientras que otras simplemente observaban en silencio, quizás con una mirada más crítica y cuestionadora.

A medida que el discurso de Magno avanzaba, Francisco sintió un nudo en el estómago. Había algo en la atmósfera que le hacía sentir incómodo, como si estuviera presenciando una actuación en lugar de un liderazgo genuino. Observó atentamente a Magno, tratando de leer detrás de sus palabras y su presencia imponente. Sabía que su papel como agente de la policía secreta era crucial en este momento, ya que debía estar alerta a cualquier signo de peligro o conflicto que pudiera surgir en medio de la multitud emocionada.

Mientras Francisco observaba a la multitud, reflexionó sobre la complejidad de su imperio. Había mucho más debajo de la superficie de lo que se podía ver a simple vista. Se dio cuenta de que había una tensión latente entre aquellos que estaban dispuestos a seguir ciegamente y aquellos que se aferraban a sus preocupaciones y temores en silencio. Y en medio de todo esto, se encontraba él mismo, un agente de la policía secreta en busca de la verdad y la justicia, en un imperio que, aunque siempre perteneciente a él, nunca lo había podido experimentar en su propia piel, hasta ahora.

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