Capítulo 6 – Disonancia
Mientras Alejandro observaba la
pantalla con inquietud, en ese mismo momento y en una ubicación distante, se
encontraba Francisco. Era su primer día como parte de la policía secreta de
Nova Roma, una posición que tenía un significado mucho más profundo de lo que
aparentaba. Francisco era un hombre de apariencia impecable y controlada. Su
cabello oscuro estaba peinado hacia atrás con precisión, y sus ojos profundos
reflejaban una determinación calculada.
Vestía un uniforme meticulosamente
diseñado, ajustado y adornado con detalles dorados que denotaban su rango. Una
capa negra caía elegantemente sobre sus hombros, agregando un toque de misterio
a su figura. Su postura era erguida y segura, transmitiendo un aire de
autoridad inherente a alguien que había sido entrenado para el servicio de la
ley y el imperio.
Lo más distintivo de Francisco era
su capacidad de controlar su alma de manera precisa. Su energía vital fluía a
su alrededor como un aura tranquila y poderosa, lo que le otorgaba una
presencia imponente. Aunque su expresión era en su mayoría imperturbable, sus
ojos revelaban una profunda percepción de su entorno. Era un hombre de acción,
capaz de manipular el alma para lograr efectos sutiles y poderosos, controlando
su entorno con una precisión que solo los controlados poseían.
Mientras seguía las órdenes de sus
superiores y comenzaba su primer día en la policía secreta, Francisco recibió
un pequeño dispositivo, un artefacto diseñado para alterar la percepción visual
y así ocultar su uniforme de la policía secreta. Con un toque del dispositivo,
su apariencia cambió instantáneamente, dejándolo vestido como un ciudadano
común de Nova Roma. Su capa y detalles dorados se desvanecieron en el aire,
reemplazados por ropas sencillas pero elegantes que le permitían mezclarse
entre la multitud.
El dispositivo tenía un propósito
claro: permitirle infiltrarse en la congregación que se había reunido para
escuchar el discurso de Magno. Aunque había sido entrenado para mantener su
compostura y control emocional, en su interior, Francisco sentía una mezcla de
emoción y anticipación. Después de años de vivir en la sombra, finalmente tenía
la oportunidad de estar en medio de la sociedad, observando a su gente y
sintiendo el pulso de su imperio.
A medida que se mezclaba entre la
multitud, notó que había dos tipos de personas claramente distinguibles.
Algunos parecían llenos de entusiasmo y orgullo, sus rostros irradiaban
felicidad mientras escuchaban las palabras de Magno. Eran los seguidores leales
del nuevo emperador, aquellos que creían firmemente en su visión y estaban
dispuestos a apoyarlo sin cuestionar.
Sin embargo, también había otra
facción en la multitud, personas cuyas miradas reflejaban inquietud y miedo.
Aunque estaban allí por obligación, parecían temerosos de expresar sus
verdaderos sentimientos. Sabían que cualquier muestra de descontento podría
atraer la atención de los paladines, la policía encargada de mantener la
disciplina y eliminar cualquier forma de resistencia.
Francisco se sumergió en la
multitud, su nuevo atuendo lo había vuelto prácticamente invisible a los ojos
de los demás. Observó cómo la plaza en la base del bastión estaba llena de
personas, todas con sus miradas fijas en la figura imponente de Magno, que
estaba de pie en lo alto del bastión, rodeado por su séquito.
El bastión en sí era una maravilla
arquitectónica. Sus torres altas y ornamentadas se alzaban hacia el cielo,
combinando elementos clásicos con detalles mecánicos y de metal. Las luces del
alma brillaban en los adornos dorados y las estructuras elaboradas, dándole al
lugar una apariencia majestuosa y tecnológicamente avanzada al mismo tiempo.
La multitud vestía una variedad de
ropas, desde túnicas sencillas hasta atuendos más elaborados y adornados con
joyas. Las diferencias de clase eran evidentes incluso en su vestimenta, y
Francisco pudo notar la distinción entre aquellos que eran parte de la élite y
aquellos que eran parte de la población común. Sin embargo, independientemente
de su estatus, todos parecían unidos en su adoración por Magno y en su
celebración del nuevo emperador.
Los gritos de gloria resonaban en
el aire, la multitud coreaba su apoyo a Magno mientras este hablaba con
confianza y fervor. Los discursos eran una mezcla de promesas de avances
tecnológicos y científicos, así como declaraciones de superioridad de Nova Roma.
Francisco notó cómo muchas de las personas alzaban sus manos en señal de
respeto y devoción, mientras que otras simplemente observaban en silencio,
quizás con una mirada más crítica y cuestionadora.
A medida que el discurso de Magno
avanzaba, Francisco sintió un nudo en el estómago. Había algo en la atmósfera
que le hacía sentir incómodo, como si estuviera presenciando una actuación en
lugar de un liderazgo genuino. Observó atentamente a Magno, tratando de leer
detrás de sus palabras y su presencia imponente. Sabía que su papel como agente
de la policía secreta era crucial en este momento, ya que debía estar alerta a
cualquier signo de peligro o conflicto que pudiera surgir en medio de la
multitud emocionada.
Mientras Francisco observaba a la
multitud, reflexionó sobre la complejidad de su imperio. Había mucho más debajo
de la superficie de lo que se podía ver a simple vista. Se dio cuenta de que
había una tensión latente entre aquellos que estaban dispuestos a seguir
ciegamente y aquellos que se aferraban a sus preocupaciones y temores en
silencio. Y en medio de todo esto, se encontraba él mismo, un agente de la
policía secreta en busca de la verdad y la justicia, en un imperio que, aunque
siempre perteneciente a él, nunca lo había podido experimentar en su propia
piel, hasta ahora.